Hay una teoría sobre los asuntos de los hombres de que los grandes líderes aparecen cuando más los necesitamos, que los eventos parecen convocarlos de alguna manera misteriosa. Los Estados Unidos han sido bendecidos por haber tenido grandes hombres y mujeres durante la mayoría de sus grandes pruebas. Pero no había nada de místico en ello. No hay, por ejemplo, mayor ejemplo de liderazgo americano emergente que el que surgió durante la Segunda Guerra Mundial. Sus logros fueron un tributo a todos los principales involucrados, a las tradiciones de la democracia americana y a las fuerzas armadas de la nación, y un tributo a la cooperación estelar entre civiles y militares.
El nombramiento de George Catlett Marshall como jefe de personal del ejército en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, y más tarde como comandante de todo el esfuerzo bélico aliado, puede parecer ahora la única opción lógica. Esto se debe a la reputación que ha sobrevivido del hombre: su personalidad imperturbable, su eficiencia y dedicación, su dignidad e integridad inigualables. Pero el suyo era un trabajo para el que no había precedentes: coordinar la mayor guerra de la historia de la humanidad, a través de múltiples teatros militares en lados opuestos del mundo, en conjunto con valientes pero interesados y voluntariosos aliados de casi toda clase. ¿Qué fue lo que llevó a un presidente americano, Franklin D. Roosevelt, a elegir a este hombre para el trabajo y a respaldarlo hasta el final durante los días más oscuros y difíciles de esa guerra?
Las respuestas se encuentran en la mente casi inescrutable de ese presidente y en el juicio de su consejero más cercano, Harry Hopkins, una figura considerada por la mayoría de los periódicos del país en ese momento como una amenaza directa a la república.
En todo caso, la brillantez de la selección de Marshall ha llegado a ser algo exagerada. Sólo es técnicamente cierto, como escribió Time , que fue promovido sobre unos 34 generales de alto rango. La tradición del ejército mantenía, con razón, que un jefe de estado mayor debe ser capaz de terminar el acostumbrado período de cuatro años en el puesto antes de su edad de jubilación obligatoria. Esto inmediatamente saltó a Marshall sobre todos los oficiales superiores excepto tres, y sólo uno de ellos, el Teniente General Hugh Aloysius Drum – un hombre cuya incansable autopromoción que Roosevelt despreciaba – proporcionaba una seria competencia.
Las cualidades de Marshall brillaron desde el principio como un botón de bronce bien pulido. Ya en 1907, durante su estancia en la Escuela de Estado Mayor del Ejército en Fort Leavenworth, Kansas, sus superiores lo encontraron “un hombre excepcionalmente capaz”. Cuando Marshall era todavía capitán, su oficial al mando respondió a una pregunta del informe de eficiencia…
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