¿Somos tolerantes o únicamente somos lo tolerantes que queremos ser? Nos encanta que nos respeten y que nos dejen ser lo que nos gusta ser. Sólo hay una cosa que nos guste más: que los demás sean lo que nosotros queremos que sean.
Que no se os olvide ser felices.
El bibliotecario.
Desaparece para siempre
La habitación se encontraba casi en silencio, unas paredes grises, agudizadas por una luz apagada, sin vida, igual que los muebles que ocupaban la habitación: una cama casi sin ropa, un lavabo de madera antigua, con dos toallas caídas hacia ningún lugar y una desgastada mecedora de mimbre; unos muebles fríos, sin movimiento, desnudos igual que la mujer que habitaba aquella cama desolada. Afuera, las gotas de lluvia golpeaban las hojas caídas de los chopos que invadían todo el suelo alrededor de la casa; el invierno estaba resultando realmente duro, provocando toda la frialdad de dentro de la casa, una frialdad sólo rota por el tremendo calor que parecía desprender el cuerpo de la mujer. Una mujer desnuda del todo, con el pelo suelto, un brazo descansando y el otro rígido y estirado del todo, como esperando alcanzar algo que desde un principio sabe que no logrará jamás. Las piernas relajadas, descansando de una tremenda noche de trabajo.
Una habitación casi en silencio, un silencio sólo desgarrado por el crujido de un afilador de mano chocando con la hoja de un cuchillo de carnicero. Un cuchillo en manos de una persona que se encontraba sentada en la mecedora que se encontraba cerca de la cama, justo frente al brazo que parecía desear alcanzar algo. ¿Sería a aquella persona lo que en realidad quería alcanzar el brazo? Se podría decir que no, ya que la mujer se encontraba totalmente dormida y no parecía ser dueña de su cuerpo, aunque nunca se sabe de lo que es capaz de hacer nuestro inconsciente. El afilador y el cuchillo seguían rugiendo sin parar, aunque muy lentamente, con la intención de no despertar a la mujer que dormía encima de la cama. Aquella era la intención de la persona que se encontraba sentada con el cuchillo de carnicero en las manos: que la mujer que se encontraba en la cama no despertara jamás. Para no despertarla, la mujer de la mecedora también hablaba para ella misma.
“Mírala. Hay desnuda, sin ni siquiera taparse con las sábanas, sin ningún tipo de vergüenza, el cuerpo totalmente sudoroso, ardiendo aún por todo el trabajo realizado durante la noche. Ha tenido muchos clientes, la he estado observando desde fuera y creo haber contado siete hombres. Es cierto lo que dices; ha tenido que ganar mucho dinero hoy. ¡Nuestra hija se ha convertido en una verdadera puta!”
La persona se mecía más rápido y afilaba con más velocidad el cuchillo de carnicero. Ambos movimientos provocaron bastante ruido. Se dio cuenta de ello y el miedo a que se despertara la mujer hizo que se calmará. Con los pies paró el movimiento de la mecedora y consiguió retomar el lento movimiento del afilador con el cuchillo.
“Gracias a Dios que no la puedes ver ahora y lo que ha hecho con nuestra casa, la casa en la que tú y yo hemos vivido casi toda nuestra vida, la casa en la que ha habitado cuatro generaciones de mi familia, familia que también ha sido su familia, mujeres sangre de su sangre y que todas ellas han sido decentes, ninguna ha sido tan zorra como lo está siendo ella. A ti y a mí nos educaron en ese valor de decencia y ese mismo valor de decencia es el que siempre pretendimos inculcar a nuestra hija. Ahora ya te puedo decir que no lo hemos conseguido, tengo la sensación de que nunca lo conseguimos. Se ha convertido en una verdadera puta y todo para conseguir el dinero suficiente porque le gusta vivir rodeada de lujos, si lo hiciera porque la faltara para comer; aunque tampoco valdría como escusa para vender su cuerpo al mejor postor, pero es que ni siquiera lo hace por eso, sólo lo hace para rodearse del lujo más innecesario. ¡Mírala, observa su rostro, si hasta parece tener una sonrisa que delata que disfruta de verdad follándose al que le tire algo de dinero en las sábanas! Doy gracias a Dios de que no puedas verla, que no la veas ni tú ni ninguno de nuestros amigos ni ninguno de los pocos familiares que nos quedan. ¡Joder! ¡Mira su sonrisa y sus pezones erectos! ¡Hasta en sueños nuestra hija disfruta de lo puta que se ha vuelto! ¡No lo aguanto más!”.
A aquella persona ya le fue imposible controlarse, ni controlar el vaivén de la mecedora, ni controlar el gruñido del afilador con la ya brillante hoja del cuchillo de carnicero, ni controlar toda la sangre que llegaba a sus ojos, ni controlar el chirrido de sus dientes. Hasta fue incapaz de quedarse sentada. En aquel preciso instante el cuerpo desnudo que se encontraba descansando en aquella cama desolada comenzó a moverse, se retorció dulcemente sobre él mismo, la sonrisa se agudizó sobre aquel rostro acentuando el dulce sueño que parecía tener. Aquel gesto identificó la rabia de la persona que sea acababa de levantar de la mecedora, arrojando al suelo el afilador y sujetando con fuerza el cuchillo de carnicero, levantándolo por encima de su cabeza y se lanzó irremediablemente hacia el cuerpo de su hija, quería acabar con ella, matarla, destrozarla, descuartizarla, hacerla desaparecer definitivamente de sus vidas.
¡Voy a matarte, zorra! Gritó desesperadamente aquella persona.
Aquel grito provocó que el cuerpo desnudo se despertara y sus ojos y aquel brazo se dirigieran hacia la persona que ya sabía con certeza que quería alcanzar, aunque esta vez tampoco lo conseguiría.
-¿Pero qué haces? ¡No, madre, por favor, tú no!
Fue lo único que consiguió gritar aquel cuerpo desnudo antes de desaparecer para siempre.
la historia
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