La película de esta semana no la vi en el cine, eso seguro. Y es una pena, porque el espectáculo hubiera sido grandioso. Cuando la menciono suele salir casi siempre la misma comparación: “es como ‘El club de los poetas muertos’ pero en un barco“. Y aunque no esté mal encaminada la frase, reducirla a eso me parece injusto. “Tormenta blanca“ es un peliculón como la copa de un pino…
En alguna otra entrada ya comenté lo que me gustan los barcos, así que quizá por eso me empezó a gustar “Tormenta blanca”. Por si alguien no la ha visto todavía, la película nos cuenta una historia real que ocurrió a principios de los años 60, cuando un grupo de chicos decide apuntarse al “Albatros“, un barco escuela en el que sus padres quieren que vivan experiencias, maduren y aprendan disciplina.
Algunos de los chicos son rebeldes, otros tímidos, otros están ahí huyendo de padres tiranos o para diferenciarse de hermanos perfectos. Todos ellos viven aventuras desde el mismo momento en que ponen un pie en el barco.
Hay muchas cosas que me gustan de “Tormenta blanca”. Lo primero, desde luego, las interpretaciones del reparto. Tanto el capitán (Jeff Bridges), como los chavales protagonistas (el resuelto Scott Wolf, el apocado Ryan Phillippe, el matón Eric Michael Cole o el consentido Jeremy Sisto) consiguen transmitir toda la esencia de sus personajes, sus motivaciones, sus inseguridades y sus miedos.
Y son esas emociones otro de los ejes centrales de la cinta. La sensación de no significar nada para sus padres, el tormento de recordar constantemente a un hermano fallecido, el aparentar ser un matón para que los demás no se den cuenta de que apenas sabes leer… Todas estas impresiones las llegamos a conocer a través de los protagonistas al principio de la historia.
“- Quisiera que esto no se acabara, porque yo no quiero volver a ser lo que era en casa.
– ¿Y qué eras?
-Nadie.”
Pero conforme avanza la trama, ese rechazo y esa desesperación se convierten en superación, orgullo y triunfo. Ese momento en el que tanto los chicos del barco están completamente orgullosos de sus compañeros, al igual que lo está el capitán de sus chavales, ese momento, digo, nos conquista. Ahí podemos ver muchos puntos comunes con “El club de los poetas muertos”, como en esa escena que ya comenté por aquí del “¡Oh, capitán, mi capitán!”.
La satisfacción que sentimos cuando termina “Tormenta blanca” (a pesar de la tragedia final) nos llega por haber visto evolucionar a los distintos personajes y eso es algo grande: el crecimiento personal a lo largo de la travesía la convierte en una especie de “road movie” sobre las olas.
Y hablar de “Tormenta blanca” es hablar de Ridley Scott, su director. En algún sitio leí que le llamaban “el director de la luz” y me parece un apelativo de lo más apropiado. En “Tormenta blanca” consigue hacernos llegar el mar de maneras completamente extremas: del azul más intenso a la plata más brillante. Ese azul en contraste con el blanco de las camisetas de los chavales siempre me ha parecido estéticamente una maravilla.
En “Gladiator” Ridley Scott consiguió ocres preciosos, en “Alien, el octavo pasajero”, blancos resplandecientes y en “Blade Runner” una oscuridad deslumbrante bajo la lluvia.
Por si estas películas no fueran suficientes, Ridley Scott también dirigió “Thelma y Louise”, “Hannibal” y “El reino de los cielos”. Este todoterreno es, sin duda, uno de mis directores favoritos.
Con todas las emociones que nos transmite y con lo cuidado de su estética, “Tormenta blanca“ es una película de lo más especial, con unos planos fantásticos. Si no la habéis visto, de verdad hacedlo. Seguro que la disfrutáis.
“Tormenta blanca” (“White Squall”, Ridley Scott, 1996)
Si os gustó “Tormenta blanca”…
… es fácil que además de traeros a la memoria la película “El club de los poetas muertos”, os pueda recordar a la novela “El señor de las moscas”. Las tres obras se centran en jóvenes que se enfrentan a sus problemas en situaciones límite. La lectura de ésta última me impresionó cuando la leí de niño. De lo más recomendable.
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La entrada es un contenido original del blog Descartes no fue al cine