Los coches de gran cilindrada tienen sus dificultades. No, no hablamos de los problemas que nos pueden causar gastarnos una millonada en ellos. Nos referimos a que su conducción puede hacer que nos vengamos arriba y que el karma nos acabe mandando un mensaje de que no conducimos tan bien cómo pensamos.
Eso es lo que le ocurrió hace un par de días a un conductor húngaro que acudió felizmente a un concesionario dispuesto a adquirir un Ferrari al que le había echado el ojo hace un tiempo. ¿Su precio? 1.400.000 euros. ¡Casi nada! Sí, lo miró por dentro y le convenció.
Mira lo que paso al salir de la concesionaria:
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