El 8 de mayo de 1945, el día en que el Tercer Reich cayó ante las fuerzas aliadas, la devastación en Alemania fue casi completa. Ciudades, pueblos, ferrocarriles y puertos estaban en ruinas. Las escuelas, los tribunales, los gobiernos locales, los servicios públicos… todos se habían derrumbado. Los informes describían a los residentes deambulando aturdidos, agachándose para recoger leña, tocando ociosamente los restos astillados de sus casas, haciendo cola en las oficinas gubernamentales para hacer preguntas y esperando respuestas que nunca llegarían. En toda Europa, de hecho, la escena era muy parecida. Pronto las carreteras llenas de bombas se llenaron de refugiados y desplazados que volvían a sus países de origen.
Una clase de DP era diferente: los judíos que habían sobrevivido al Holocausto. Habían sufrido horriblemente en los campos de concentración nazis y no tenían casas o negocios a los que pudieran regresar. Todo les había sido arrebatado: sus posesiones, su dignidad, sus familias. Sin embargo, en pocos meses, estos judíos sobrevivientes del Holocausto oirían hablar de un lugar que les acogía, un lugar de esperanza, un lugar al que empezaron a llamar “la tierra prometida”. Extrañamente, este lugar en el que se rezagaron -muchos de ellos sin zapatos y vestidos sólo con los restos destrozados de sus uniformes de campo de concentración- fue Baviera , el lugar de nacimiento del nazismo. ¿Pero por qué los sobrevivientes del Holocausto judío creen que pueden encontrar esperanza para una nueva vida en el mismo lugar que los ha enviado a ellos y a sus familias a una pira de asesinato y destrucción?
La respuesta corta es que Baviera estaba dentro de la zona de ocupación americana, administrada en la cima por el General del Ejército Dwight D. Eisenhower, el hombre que había comandado las fuerzas que pusieron al nazismo de rodillas. En Baviera el oficial americano directamente a cargo, como comandante del Tercer Ejército, era mi abuelo, el Teniente General Lucian K. Truscott Jr. La respuesta larga, sin embargo, se complica por algunos de los habituales giros de la historia y por otros no tan habituales.
En la primavera de 1997, el profesor emérito Saul Touster de la Universidad de Brandeis me escribió una carta, preguntándome qué sabía sobre los antecedentes de mi abuelo. Touster me explicó que había estado limpiando su ático, clasificando un baúl lleno de papeles de su padre, cuando un pequeño panfleto cayó al suelo. Su interés se despertó cuando vio que era una Hagadá para un Séder que se celebró en el “Enclave de Munich” el 15 y 16 de abril de 1946. Sobre las palabras “Servicio de Pascua” estaba la distintiva “A” roja, blanca y azul del Tercer Ejército de los Estados Unidos.
“Pude ver por el formato y los trabajos gráficos que esta no era una Haggadah estándar, sino una obra del Holocausto desde adentro, en resumen, una Haggadah de sobrevivientes”, Touster escribió más tarde en su libro A Survivors’ Haggadah<...
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