Julio, terracita, 19:30, cañas con una amiga. Aparecen un par de amigos en común que se unen a vosotras.
Y llega él. El Pijo, (apodo y casi título nobiliario). Un tío al que tú has admirado por su forma de vestir durante toda la carrera porque «jo qué mono va siempre». Tiene un puntillo de Borjamari pero se lo perdonas porque, bueno, se lo perdonas. Avanzado en tendencias un día le viste llevar dos camisas a la vez. Dos camisas: o sea, una sobre la otra (una abotonada hasta arriba y otra puesta encima con tres botones sin abrochar, se entiende ¿no?). Del tipo de Ray-Ban aviador, bermudas y jersey de pico. El Pijo, vaya.
Y se acerca, os saluda, coge una silla y se sienta a tu lado. Y es entonces cuando te percatas de que ya no es El Pijo anymore: lleva pantalones de chándal. Pero no es todo. En un alarde de, no sé, ingenio, ha decidido combinarlos con un polo de Lacoste verde botella y lo lleva, sí, señores, POR DENTRO del pantalón.
¿Acaba ahí la cosa? No, acaba en unas deportivas tipo tenis de loneta gris, del mismo color del chándal, cuya pernera, por si os lo estabais preguntando, termina en un elástico que hace efecto pantalón-por-dentro-del-calcetín.
Ya no es El Pijo, no. Ahora es Jesús Gil.
P. D.: Mi cruzada personal contra el chándal.
P. D. 2: De verdad, qué desilusión más grande.