Crónica concierto Bruce Springsteen en Madrid
Es curioso que la clave del concierto ofrecido por Bruce Springsteen el pasado sábado en Madrid estuviera en la entrada. Todo, lo bueno y lo malo, la euforia y la decepción, el triunfo y la derrota, las medallas y la derrota, se condensaba en un papelito por el que miles de personas se habían peleado hasta la extenuación. Todo vendido en horas, y hablamos de más de 50.000 personas, y la expectación reconvertida de manera automática en impaciencia. ‘The River Tour’. Palabras mayores. Elegir un disco de Springsteen en el que quedarse a vivir es algo sumamente complicado, pero la inmensa mayoría se debatiría entre sus tres cimas imbatibles: ‘Born to run’, ‘Darkness on the edge of town’ o el susodicho río, un disco doble que resume en 20 canciones todo un universo. No me escondo, si tengo que quedarme con uno, soy de ‘The River’. Por eso, una gira de celebración para conmemorar su nacimiento en 1980 suponía algo más que una gran noticia. La suma de oportunidades de ver en directo alguna de las canciones más inolvidables de su repertorio, imposibles de escuchar sobre un escenario en los últimos años salvo que tuvieras un enorme golpe de suerte. Parecía una vez en la vida, uno de esos trenes de esperanza y sueños que había que coger sí o sí. Pero al final ha quedado en un frustrante casi. El milagro tenía truco y el canto en los dientes ha terminado convertido en golpe en la mandíbula. No hablamos de mal concierto, ni loco, tan solo de promesas incumplidas.
Incluso para los que somos de letras, siete temas de veinte posibles es una cifra suficientemente contundente como para entender que lo que se vivió en el Santiago Bernabéu fue otra cosa, pero no ‘The River Tour’. ¿Quiere eso decir que los que estuvimos presentes fuimos castigados con un concierto terrible y desastroso como muchos medios han insistido en definir? En absoluto. Pese a que en los rankings de duración marca de la casa, los cuales compiten entre ellos de una forma tan estúpida como meritoria, nos indican que tres horas y veinte minutos es un dato más bien bajo en relación a triunfos previos, sin ir más lejos el inolvidable concierto celebrado en 2012 en el mismo estadio que rozó con la punta de los dedos las cuatro horas, Springsteen y su E Street Band volvieron a ofrecer un recital de intensidad imparable y ritmo casi perfecto. No hay tiempos muertos, no hay lugar para el respiro, no se permite bajar el listón porque ellos son los primeros que se empeñan en que el fuego siempre esté quemando bajo tus pies, rompiendo tu garganta, forzando las lágrimas de puro éxtasis.
El arranque con, tomemos aire, ‘Badlands’, ‘My love will not let you down’, ‘Cover me’, ‘The ties that bind’, ‘Sherry Darling’ y ‘Two Hearts’, arrasó con todo, incluyendo un sonido que, al igual que ocurre en la mayoría de conciertos celebrados en estadios, estaba lejos de ser perfecto. No importaba, las venas al borde de la explosión, los puños en alto y un público que puso en serio peligro los cimientos del estadio madridista. Olía a otra noche memorable, una sensación que aumentó con dos sorpresas en el repertorio: ‘Wrecking Ball’ y ‘Mi city of ruins’, dos de esos temas que justifican por sí solos el último tramo completo de la carrera de Springsteen. Robustos, emocionantes, épicos. Y perfecta alfombra roja para la fiesta general de ‘Hungry Heart’, ‘Out in the street’ y ‘The promised land’, tres clásicos con patas que permiten un baño de mesas histérico y glorioso en fondo y forma melódica. El momento idóneo para la recogida tradicional de carteles y peticiones, siendo la ganadora una ‘Trapped’ por la que muchos suspiramos y que estuvo a la altura de su estatus. Levitábamos y ‘The River’ y ‘Point Blank’, absolutamente impresionantes, no nos permitieron tocar el suelo. Todo estaba en su sitio, nada fallaba, el sueño se estaba cumpliendo. Pero algo ocurrió.
Es sabido que, más allá de lo que esté escrito en el setlist y lo que opinen el resto de miembros de la banda, la última palabra de lo que suena en su concierto, es cosa de Bruce. Pese a que estuviera anotado la aparición de ‘Racing in the street’, lo cual hubiera supuesto el ascenso definitivo al cielo, Springsteen debió interpretar, por aquello de buscar razones, que el ambiente estaba más para el show popular que para la introspección e inmersión en el reverso más melancólico de ‘The River’. Y ahí terminó el viaje. Ni una sola canción más del disco homenajeado sonó en Madrid. Las ventanillas del coche se cerraron y por la puerta de atrás, sin esperarlo, apareció el músculo comercial de ‘Born in the USA’, un trabajo tan infravalorado como valioso, perfecto en su concepción de asalto medido a la cima. De esta manera, sonaron, del tirón, ‘Downboun Train’, ‘I’m on fire’, ‘Darlington County’ y ‘Working on the highway’, ejemplos de cara y cruz. La incertidumbre, de existir, se convirtió en certeza absoluta cuando temas como ‘Ramrod’, ‘Cadillac Ranch’ o, y aquí hay dolor, ‘Drive all night’ y ‘The price you pay’, fueron sustituidas por ‘Human Touch’ o ‘The Rising’, meritorias pero alejadas de los grandes momentos que, en el otro lado de la balanza, nos dejaron la siempre incomprendida ‘Waitin on a sunny day’, ‘Johnny 99’, ‘Beacuse the night’, ‘Spirit in the night’ y ‘Land of hope and dreams’, tremendas todas ellas, capaces de hacernos olvidar las ausencias.
¿Y los bises? Infalibles. No importa las veces que lo hayas visto y vivido, la traca final formada por ‘Born in the USA’, ‘Born to run’, ‘Glory Days’, ‘Dancing in the dark’, ‘Tenth Avenue Freeze Out’, ‘Bobby Jean’ y ‘Twist and shout’, siempre funciona. Es la locura masiva, el grito en el cielo, la destrucción final de músculos. Ellas pasan una detrás de otra como locomotoras libres, fuegos artificiales de primer nivel. Nunca te pillan por sorpresa, pero siempre consiguen encontrar la llave del éxtasis. Y, después de todo, está ‘Thunder Road’. Interpretada en la única compañía de una guitarra, una armónica y el silencio completo y respetuoso de un estadio que minutos antes se dejaba la voz, Springsteen consiguió sacar las lágrimas de la manera más honesta y hermosa posible, desnudando la mejor canción de su carrera, sacando brillo a la perfección, acariciando la belleza con mano firme. Era una despedida y sonó a adiós. Sus gestos, su mirada, su rostro parecían indicar cierta tristeza. Nunca lo sabremos, puede que mañana mismo nos estén anunciando su regreso. Y tocará estar preparado de nuevo.
No, no fue un concierto de ‘The River Tour’, fue un espectáculo pensado para contentar al mayor número posible de fans, a aquellos que se acercaban por primera vez a su figura en directo, a todas las personas que salieron afirmando que habían estado en el mejor concierto de su vida. Porque esa es la sensación que tenemos todos los que hemos visto a Springsteen alguna vez, que amamos su obra, que sentimos sus canciones como nuestras. No era la reunión de amigos que habíamos prometido, no sonaron los temas que muchos albergamos en nuestro corazón como tesoros, pero volvimos a sentirnos libres, felices, hinchados de música y pasión. Podemos discutir un repertorio, aunque nunca estará al gusto de todos, y un sonido, ídem, pero tirar piedras a un titán que, lejos de retirarse a descansar, continúa comprometido con ofrecer lo mejor que tiene, es incoherente e injusto. El río sigue lleno de gemas por descubrir. Y serán muchos los que, gracias a la noche del sábado, se adentren por primera vez en sus aguas. Un mérito más. Uno no siempre tiene lo que espera, pero Springsteen siempre da todo lo que tiene. Ah, por cierto, mi entrada ya está colgada en la pared de mi habitación, en el lugar donde ubico algunos de mis recuerdos imborrables. Al final, sí, ella era la clave.
Redacción: Alberto frutos
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