¿Cree mi jefe que soy ligerita de cascos?

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Volvemos a la programación habitual, a la de las risas, que me pica ya la vida de ponerme intensita.
La verdad es que no sé si empezar este post diciéndoos que mi jefe es Dios o que el primer sitio al que me llevó mi novio (¿Ese chico al que veo a veces? ¿El que me da los buenos días por Whatsapp?) el chico este, fue al Mercadona, pero quedaos con esa información para más adelante.
Una cosa que tenéis que saber de mi empresa (que ya tengo mesa propia. Aplausos) es que es de esas donde cada dos por tres se celebran cosas. Barbacoas, sobre todo barbacoas. ¿Empieza el verano? Barbacoa. ¿Se acaba el verano? Barbacoa. ¿Es el cumpleaños del hijo del jefe? Barbacoa (aunque a esta no te invitan, pero te enteras igual porque te pasa la hoja de gastos de la compra de Makro y tú eres administrativa, pero no tonta). Total, que a las pocas semanas de entrar yo, tocaba la de la celebración del otoño (porque por qué no). Se hizo la compra correspondiente (tequila y guacamole a espuertas) y a las tres de la tarde de aquel viernes ya olía todo el edificio a chorizitos fritos que daba gusto (cómo sería el asunto de los chorizitos que los mensajeros nos miraban como sospechando mientras les recogíamos las cartas).
Hasta aquí todo normal. Cervecita arriba, chorizito abajo y empiezan a llegar los de outsourcing (esa parte del campo de nabos* que es mi empresa que trabaja en otras oficinas pero forma parte de nuestra plantilla). Y llega él.
Nota*: A ver, mi empresa es un campo de nabos, sí, pero cosechables-cosechables… Debe haber tres. Uno es este, que ni siquiera está en mi edificio y los otros dos o son muy mayores o están casados-embarazados, así que como comprenderéis yo tenía toda la intención de llevar a rajatabla lo de donde tengas la olla no metas la p… (Y digo tres y estoy siendo generosa).
Alto, moreno, con alguna cana, ojos azules, barba de una semana y arrugas en los ojos de sonreír (¿A que así dicho parece que estoy hablando de Mark Sloan? Ains… Mierda, ¿eso me convierte en Lexie? Yo no quiero ser Lexie, que acaba fatal, no me jodas). En realidad solo era un chico guapo más. Muy simpático. Y gracioso. Y deportista. Y familiar. Y ¿me está mirando? ¿Le estoy mirando yo?
En esas estaba, intentando procesar lo que estaba pasando cuando mi jefe (de ahora en adelante San Dios) se da cuenta de que ¡no queda tequila! Ni hielos. DRAMA. Y de que los únicos que no vamos cocidísimos somos él (él-él, no él-San Dios) y yo. (Y la embarazada a la que voy a sustituir, pero no mandas a una embarazada a por tequila y hielos, hom-bre-por-fa-vor). Así que:
—A. (como en Pretty Little Liars), vete a por hielos y tequila y llévate a Jessica, que te ayude.
Y tú a San Dios no le discutes las cosas, eso está claro. Así que nos montamos en uno de los coches de empresa y FUIMOS A MERCADONA. Hiperromántico, como os podéis imaginar. Una cosa loca de bonita entre las zanahorias y los puerros. Uf.
Aquí es donde él dice que se me encendió la lucecita y dije «Este es pa’ mí». Aquí es donde yo os digo que creía que solo estábamos de cachondeo. ¿Que había estado superpendiente para ver si estaba soltero y era heterosexual? Sí, pero eso no tiene nada que ver.
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A partir de ahí, el resto de la barbacoa fue un poco buscarnos todo el tiempo. Hasta que mi jefe número 2 (porque jefes hay dos pero San Dios solo hay uno) propone ir a las fiestas de Torrejón (¿?) que son las patronales y tomamos la última y bla-bla-bla.
¿Qué se me habría perdido a mí en las fiestas de Torrebronx? Él. ¿Y a él? Yo. Y os resumo un poco lo que son estas cosas: peñas, minis, música de arrimar cebolleta (generalmente de 2004, con exitazos atemporales como La Mayonesa, Suavemente y Bomba) y gente hasta la bandera.
Para cuando llegamos a la última peña habían desertado un montón de compañeros, y a las 3 de la mañana, después de haberte levantado a las 6, te empieza a dar un poco igual todo; y empezamos a bailar juntos. (Y a tontear ya muy seriamente, os lo digo yo que estaba allí).
Y San Dios le coge por banda, y luego él me lo cuenta (porque si algo tenemos es que hemos sido sinceros el uno con el otro desde el minuto 1. Sinceridad total, de esa que a veces araña por dentro al salir o al entrar): ¡Pues no va mi jefe y le dice que tiene entre un 30 y un 70% de posibilidades de acostarse conmigo! ¡Y que «cuidadín»! ¿Hola? ¿Soy un caballo de cría? ¿Es mi jefe mamporrero ahora? Cuidadín DE QUÉ. Es más, os voy a decir las probabilidades reales que tenía ese día, y todos los días que han seguido desde entonces: 0%. Que yo no me acuesto con un compañero de curro el primer día, hombre por Dios. Ni el segundo, ni el tercero… La verdad es que ahora mismo, después del tiempo que llevamos juntos, yo creo que este pobre chico es de los que esperan hasta el matrimonio. Yo le he dicho que guay, pero que quiero que mi anillo tenga un diamante del tamaño de la piedra filosofal (porque por menos de eso yo no comprometo mi integridad y mi buen nombre. ¡Que soy una señorita!)
Y nada, petits, que así conocí a mi novio. Y por eso estoy convencida de que mi jefe cree que soy un poco ligerita de cascos.
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P. D.: Quién me iba a decir a mí que al final le daría salida a aquella foto de una barbacoa que hice en Budapest ¿eh?
P. D. 2: Porque no ha dado la casualidad de que haya fotografiado un campo de nabos (ni literal ni figuradamente).
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