Creatividad y la bruja

Plumita se acercó sigilosa al Libro de Las Sombras. Doblándose delicadamente sobre su cerradura, el libro se abrió. Plumita parecía bailar sobre sus páginas. Se movía con ligereza y presteza. Tanta que escribió lo que sigue en lo que Cascabel abría la boca para bostezar. El libro se cerró a la par que la boca del duende y nadie supo que Plumita escribió un cuento todo suyo durante aquel bostezo que fue más breve de cuanto pueda parecer.

El caldero burbujeó la pócima de sabor agridulce, portadora del equilibrio entre los opuestos, sin que la bruja prestara atención a lo que se cocinaba. Estaba dormida, soñando quizás. Acabó por despertar, cuando una luz inusual iluminó la cueva.

Creatividad asomó por la abertura del caldero vestida de gala, lista para la ceremonia. Su risueña aparición destellaba en la negrura de la noche de la consciencia. Despertó algo oculto, enterrado en lo profundo. Despertó a Dolor.

Creatividad, a sabiendas, trajo consigo ríos de lágrimas procedentes de otrora, tiempos remotos borrados de la memoria consciente. Ríos turbulentos con rápidas corrientes que arrastraban dolor. Dolor acumulado en el tiempo, un dolor que debía ser soltado para transmutarse en algo menos denso, más liviano. Dolor de pérdidas. Dolor de ausencias cercanas y de otras que no se habían hecho presentes. Dolor de conflictos no resueltos, remotos, antiguos y recientes.

La bruja agarró la escoba y barrió mientras lloraba, barrió y barrió. A ratos removía el caldero para que la pócima no se quemara. Lloraba, barría y removía. Lágrimas y polvo no le dejaban ver, sólo a Creatividad, sentada a un lado para no molestar. Era inútil que hablara, la bruja debía soltar todo lo que ya no necesitaba.

Creatividad, presente desde que saliera del caldero, adquirió una nueva dimensión. Dejó de ser algo exclusivo de artistas y escrita en chiquito para ser una faceta extraordinaria del ser humano y escrita en mayúsculas, con caracteres resplandecientes iluminados por millones de estrellas, no en vano iba vestida de gala.

Cuando la bruja paró, Creatividad se acercó al caldero. En las sombras de la cueva emergieron las abuelas. Creatividad sirvió la pócima y con ella brindaron las abuelas y la bruja:

“Creer para ver. Creer para crear.”

La bruja reconoció dentro de sí algo oculto tras la niebla de experiencias vividas por transitar senderos inhóspitos. Aquello que en el Aula Magna proclamó, con voz pausada y clara, para que todos memorizaran aquellas palabras, el Gran Mago. Aquello que ella, al abandonar la red primorosamente tejida por la Gran Araña, olvidó al adaptarse a cabalgar sobre hilos sueltos, abandonados en las corrientes de aire, para descubrir en ella la chispa de la magia creadora. Al principio fue fácil. La chispa brilló de manera espectacular en las primeras cabalgadas, pudo incluso tejer como la Gran Araña. Llegaron corrientes más fuertes, algunos hilos se enmarañaron y en su afán por deshacer aquel caos, olvidó cabalgar sobre otros hilos sueltos y tejer. Así, llegó un día perdido en la memoria, a aquella caverna que le dio el ansiado reposo, cansada de desliar nudos. Contempló el fuego donde bullía el caldero. La leña crepitaba y saltaron algunas chispas. Se llevó las manos al corazón con una sonrisa. Creatividad seguía ahí.

– ¿Hacemos un pacto? -Dijo con suavidad.

Asintió la bruja, incapaz de pronunciar una vocal por tener una hoguera de emociones abrasándole la garganta.

– Barre la estancia, verás que tu cuerpo vuelve a recuperarse. Cuando estés lista, te escucharé.

No necesitó nada más. Las palabras del Gran Mago se hicieron nítidas en cuanto agarró la escoba, pero barrió de nuevo. Barrió aquel lugar que la había acogido con el mismo amor que tejiera ella sus primeros hilos. La chispa de su interior, por tanto tiempo oculta, brilló de nuevo, más fuerte con cada barrida. Al terminar comprobó la belleza del lugar. Por primera vez veía ahí un lugar hermoso y acogedor, no sólo un refugio del exterior. Miró el fuego donde bullía el caldero. Creatividad ya no estaba. Se acercó a remover el puchero y ahí, a solas con el caldero, pronunció las palabras del Gran Mago:

“Soy única y especial.

Soy chispa creadora 

con un brillo sin igual.”

Comprobó dando un sorbo al cucharón el punto de cocción. Le dio el visto bueno y con gran veneración, vertió el contenido en un rincón.

“Gracias por recoger mis lágrimas.

Gracias por ofrecerme abrigo.

Te ofrendo, a modo de dádivas,

este caldo hecho con cariño.

Doy por concluidas mis lástimas.

No debo mantener el tipo.

Más bien, realizar cosas mágicas.

Soy creadora de mi sino,

un libro de infinitas páginas.

¡Araña tejedora con brío

de alegrías, risas simpáticas!

Dejo mi escoba y salto al vacío

a tejer historias fantásticas

con hilos sueltos y gran mimo.”

Plumita

(Escribió su nombre bajo el último verso realizando con gran alborozo una preciosa pirueta en el aire)

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