Benarés, ciudad sagrada: Varanasi, la mirada serena del adiós.

Benarés, 21 Abril, 2018 - 08:15hs

Despega el avión de hélices de Spice Jet, dirección Jaipur.

No es fácil decir adiós a la ciudad sagrada de Benarés, al no ser que se tenga la certeza, de que la vida te brindará de nuevo la oportunidad de pasear por los gaths, inundados de incienso, humo y bruma, donde la vida y la muerte andan de una sola mano. No es fácil decir adiós, a esos momentos de paz y felicidad concentrados en breves e intensos instantes, donde los sentidos trabajan a marcha forzada.

Aquí no es necesario hablar. Hay un idioma común, y se llama paz.

No es fácil, a los ojos del turista, entender tal amalgama de sensaciones que emanan de cada una de las almas, vivas o muertas, que día tras día llegan a Benarés, Varanasi o Kashi, (como la llaman los peregrinos ), para expiar sus pecados, rezar o llegar a la vida eterna ( motza ), sin pasar por la miles de reencarnaciones que todo humano debe pasar, al no ser que tus cenizas sean esparcidas sobre la madre Ganga en Benarés.

Peregrinos llegados de lugares innombrables, con el único objetivo común de rezar, venerar, meditar, estar en paz, en comunión, con el entorno, con la madre Ganga, y como no con ellos mismos.



Y Benarés los acoge a todos con los medios que tiene: en ashrams, en modestos hoteles, y en improvisados centros, que con los donativos recibidos, dan de comer a miles de personas, sin importar su procedencia, religión, casta, status social o condición. Aquí siempre hay un lugar donde dormir, y un plato de lentejas para comer.

Nadie pregunta sobre la banalidad de las cosas superfluas, en Benarés.

La primera vez que pisé esta ciudad, me dije que todo el mundo debería visitarla al menos una vez en la vida, sobre todo aquellos que creen que en su maleta se llevarán poder, riquezas, y enseres como si de Osiris se tratara.

Pero no, no te llevas nada. Yo lo he visto, y todo se queda aquí. Todo es prestado, para disfrutarlo, vivirlo, compartirlo, y para sacarle todo el jugo. Pero cuando te vas, sólo te llevas lo vivido, lo dado y lo recibido. Para algunos todo, para otros es nada.

La maleta hacia el más allá, va vacía de cosas materiales, y hasta tus cenizas se quedan aquí para formar parte de la tierra, del rio, del mar, del aire.



Así que Benarés, es una cura intensiva de humildad, que todo humano debería recibir al menos una vez en la vida, si tiene la suficiente sensibilidad para entenderlo, claro está.

Y es que este lugar tiene algo que te coge con fuerza, te baja del limbo y te pone los pies en la tierra en un abrir y cerrar de ojos. En pocos lugares es tan fácil ver vida y muerte en un mismo escenario. Una boda y una cremación con tan solo unos metros de distancia entre ellos. Niños jugando en el Ganges, y pobres dando gracias por todo lo que tienen. Santones rezando para una vida prospera, mientras que el hijo mayor de un difunto da vueltas alrededor de la pira funeraria de su progenitor, antes de prender la llama sagrada, con la que todo se acaba, o quizás todo empieza.

Una llama sagrada, que literalmente, nunca se apaga en Benarés.











Cuesta entender que todo transcurra con tanta serenidad aquí, donde cada día más de 300 cuerpos son incinerados.

No hay llantos, ni lamentos. No hay tristeza en sus caras. No hay sensación de pérdida, cuando los familiares (hombres) - las mujeres no asisten a las cremaciones, por que sus llantos, pueden perturbar el alma en su camino sereno al más allá - esperan a que se consuma la amalgama de carne quemada que es su familiar, mientras un trabajador de la casta más baja le da vueltas con un palo para que la cremación sea total.

Una vez finalizada ( 3 o 4 horas ), las cenizas son amontonadas, con las de otras cremaciones, sin importar las riquezas o pobrezas, las rivalidades, o desavenencias. Todas en el mismo montón, mezcladas, y esparcidas por el rio para navegar juntos hacia la vida eterna.

Quizás, este es el motivo por el que en India, la vida tiene un semblante diferente, más amable, más pausado y lleno de espiritualidad.

Y como la vida sigue, al caer la tarde, miles de personas llegadas en su mayoría de India, se preparan para asistir a la ceremonia que cada tarde se ofrece a la diosa Ganga, en los gahst de Benarés. La ceremonia Aarti.

Mientras, algunos peregrinos reciben comida en lugares de caridad, transeúntes recurren a los santones para pedir bendiciones para la familia, la felicidad y el trabajo, que con rezos, un poco de polvo de sándalo y unos granos de arroz pegados en la frente, te aseguran que ahora sí, estás en el camino correcto. Otros, sentados con sus mejores ropas en las escaleras (gaths), esperan el comienzo de la ceremonia, mientras que niños con agudizado ingenio venden la mejor ofrenda floral que te ayudará a hacer realidad tus tus plegarias.

Un espectáculo sobrecogedor por la espiritualidad que emana, cuando los santones de la casta de los Brahamanes, comienzan en estricta sincronización y armonía, un ritual con gráciles y pausados movimientos, en lo que se aúnan los elementos vitales para la vida de un hindú. Fuego, aire, cielo, tierra y agua.

El sonido de caracolas, el incienso, el fuego, y los cánticos hacen el resto, para que el espectáculo te transporte a un plano, más místico que terrenal. Al terminar, miles de personas, brazos en alto, gritan agradecidos, con el convencimiento Dios está con ellos.

Algunos lo llaman fe, y la fe mueve montañas.



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