Los 47 senadores demócratas votaron para condenar al presidente por ambos cargos. El senador Mitt Romney de Utah fue el único republicano que votó para condenarlo por abuso de poder.
La rápida exoneración de Trump por parte de los senadores republicanos marca quizás el paso más dramático en su capitulación ante el presidente en los últimos tres años.
Ese proceso, como escribí en La Conversación el otoño pasado, recuerda el cumplimiento del antiguo senado romano con el gobierno autocrático de los emperadores y su transformación en un cuerpo que depende en gran medida de los caprichos de los emperadores.
Junto con la lealtad senatorial que se volvió a exhibir, hubo otro acontecimiento que vincula la era de la transformación de la República Romana en un estado autocrático con los acontecimientos políticos en curso en los Estados Unidos. Es un desarrollo que puede señalar hacia dónde se dirige el país.
El líder es el estado
Los abogados de Trump argumentaron que la posición personal del presidente es inseparable de la de la propia nación. Esto es similar a la noción que se impuso durante el ascenso del hombre conocido como el primer emperador de Roma, Augusto, que estuvo en el poder desde el 31 a.C. hasta el 14 d.C.
El líder de la mayoría del Senado Mitch McConnell de Kentucky, que lideró la respuesta del Partido Republicano en el juicio político, deja la sala del Senado el 4 de febrero de 2020.
Alex Edelman/Getty Images
El abogado defensor de Trump, Alan Dershowitz, afirmó que el “abuso de poder” del presidente no es una ofensa incriminatoria. Una parte central del argumento de Dershowitz fue que “todo funcionario público que conozco cree que su elección es de interés público” y que “si un presidente hace algo que cree que le ayudará a ser elegido en el interés público, no puede ser el tipo de quid pro quo que resulta en un juicio político”.
Esta incapacidad de separar los intereses personales de un líder de los intereses del país que dirige tiene poderosos ecos en la antigua Roma.
Allí, nunca se produjo un cambio formal de un sistema republicano a un sistema autocrático. Más bien se produjo una erosión de las instituciones republicanas, un arrastre constante a lo largo de décadas de toma de decisiones autoritarias y la consolidación del poder dentro de un individuo, todo ello con el nombre de “República” conservado.
La supervisión se convierte en acoso
Gran parte del declive de Roma en el gobierno unipersonal se puede observar en una serie de acontecimientos durante la época de Augusto, que no tenía ningún título monárquico formal, sino sólo la vaga designación de “princeps”, o “primero entre iguales”.Pero en realidad el senado le había cedido tanto el poder (“imperium” en latín) sobre el ejército de Roma como el poder de vetar la legislación del tribuno tradicional. Cada uno de estos poderes también le otorgaba inmunidad de enjuiciamiento. Estaba por encima de la ley.
La posición de Augusto le dio exactamente la libertad de supervisión – o lo que Trump llama “acoso presidencial” – que el presidente exige. Tal inmunidad es también el tipo de inmunidad que Richard Nixon parecía anhelar, más famoso en su declaración post-presidencial que “cuando el presidente lo hace, eso significa que no es ilegal”.
En tiempos de Augusto también surgió la idea de que los “príncipes” y el estado romano eran en gran medida lo mismo. La identidad del uno crecía hasta hacerse inseparable de la identidad del otro.
Así, por ejemplo, bajo Augusto y luego su sucesor Tiberio, los insultos contra el emperador podrían ser considerados actos de traición contra el estado, o, más oficialmente, contra “la majestad del pueblo romano”.
Un crítico de los “príncipes”, ya sea con palabras poco halagadoras o con un tratamiento inadecuado de su imagen, era perseguido como “enemigo del pueblo”.
Una demostración física de la unión emergente de los “príncipes” y el Estado se produjo en la construcción de un Templo de Roma y Augusto en ciudades de toda la región mediterránea.
Aquí la personificación del estado como diosa, Roma, y el “príncipe” Augusto estaban estrechamente alineados y, lo que es más, deificados juntos. El mensaje que transmitía esta pareja era claro: si no eran exactamente lo mismo, los “príncipes” y el estado estaban íntimamente identificados, poseyendo una autoridad especial y duradera a través de su unión.
Muchos altos cargos de la administración Trump, desde el Secretario de Estado Mike Pompeo hasta el ex Secretario de Energía Rick Perry y la ex Secretaria de Prensa Sarah Huckabee Sanders, han hablado públicamente de Trump como una figura divinamente elegida. Y el mismo Trump declaró a principios de este año, “Realmente creo que tenemos a Dios de nuestro lado”.
Hasta este punto, sin embargo, no se ha construido todavía un Templo de la Dama Libertad y el Triunfo como el Templo de Roma y Augusto.
Pero el juicio de destitución del Senado nos ha mostrado lo lejos que ha llegado la identificación del líder y el estado en la era Trump. Una parte central de la defensa de la impugnación del presidente es, como hemos visto, que la voluntad personal del presidente es indistinguible de la voluntad del estado y el bien del pueblo.
¿El respaldo del Senado del Partido Republicano a esta defensa despejará el camino para más manifestaciones y consecuencias del autoritarismo? El caso del rápido deslizamiento de la República Romana hacia un régimen autocrático disfrazado de república muestra lo fácil que puede ocurrir esa transformación.
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