Cuando nos despertamos el día 1 no sabemos ni qué día es, ni que hora, ni nos acordamos del mes ni del año. Hasta que no nos hacemos un buen café y una tostada untada con aspirinas no comenzamos a filosofar sobre el año viejo y el nuevo. Es en ese momento cuando elaboramos un organigrama mental y decidimos organizar cambios drásticos en nuestras vidas y comenzamos con los buenos propósitos. Unos de los primeros es dejar de fumar. Como nos es muy difícil y lo vemos casi imposible nos damos un margen ("después de reyes no compro más tabaco"). Esta decisión conlleva que los amigos que fuman se pongan a temblar y decidan esconderse el paquete cuando te ven llegar y rumorean entre ellos "cuidadín, cuidadín, que viene el del propósito clásico".
El segundo propósito es el de ahorrar. Ahorrar para poder pasar el próximo fin de año en un crucero. Deseas cambiar y dejar por una vez eso del cotillón con la familia y las amistades, pero, claro, como estamos en vísperas de Reyes y de las rebajas, se nos olvida pronto y la cuesta de enero se nos hace tan empinada que ni la calle del Plano de Icod en San Andrés.
El tercero... bueno el tercero es el más fuerte, el más generalizado de todos, más que el del tabaco, y digo más porque hay gente que no fuma. Es el de adelgazar, ¡madre mía! Sientes tu conciencia tan mal, tan mal recordando todo lo que has engullido durante el mes de diciembre que deseas autocastigarte con un severo régimen y te da por llenar la nevera de pomelos, manzanas, lechugas, verduras y botes que has comprado por un ojo de la cara en las tiendas de dietética, pero eso sí... nos vamos a pesar a la primera farmacia que vemos y pegamos el tique de la pesa en la puerta de la nevera con un imán monísimo que nos han dejado en el arbolito, y en ese momento se fortalece tu propósito de adelgazar y recuerdas a ese grupito de dependientas de tiendas de ropa que, no se por qué, pero todas tienen la talla 36 (tirando pá la 34) y te juras que conseguirás comprarle algo en el año que acabas de estrenar.
Todos estos propósitos se desvanecen, se van justo al terminar la semana. El día cinco te despides comiendo los caramelos que tan rumbosamente te han lanzado los magos de Oriente, pero resulta que el día seis por la mañana atacas el rosco de reyes. Tanto le metes el cuchillo que te haces con todas las sorpresas que trae y el día siete... ¡limpieza general! En esta limpieza entra rebañar la caja del roscón y al terminar el día buscas, llena de ansiedad, algún cigarro por los bolsillos de la ropa y te lo fumas tumbada en el sofá y pensando que es mejor irse a las rebajas de compras y comenzar los buenos propósitos en el 2016