Fueron tiempos de gloria y de hambre y se decía que el marino portugués que no moría ahogado, moría por no comer.
Cozinha era más pacífico que el mar del mismo nombre donde fue a descubrir verdades como puños.
Yo lo encuentro sentado ante una mesa y ante una taza de vino verde.
– ¿Qué se comía en los barcos de los grandes capitanes portugueses?
Todo se comía, porque lo que no faltaba era el hambre. A al altura del Cabo de Buena Esperanza yo me comí un zapato gallego que había metido en agua salada el día anterior.
– ¿Como es el hambre en el Mar?
Es peor que en la tierra. Morir de hambre, sin embargo, es mejor que morir de hartazgo. Con el hambre el hombre se consume como una vela, con el exceso de comida el hombre se quema en una hoguera.
Después me cuenta Cozinha que las carabelas se cargaban en tierra portuguesa con todo tipo de provisiones, pero que el tiempo iba destruyendo lo que no se iba comiendo.
– Yo navegué con Magallanes y el día de 28 de noviembre de 1520 hice un guiso con cueros de tres vacas con los que se protegían los palos del buque para evitar el desgaste de la madera.
– ¿Qué guiso hizo?
– Quité los trozos de cuero, los metí tres días en agua salada, remojándolos, después, los maceré con el último diente de ajo y los partí en lonchas muy finitas. Los herví durante una hora y los fui sirviendo todavía húmedos.
– ¿Qué dijo Magallanes?
– Comió en silencio.
Y me cuenta, mientras acude a la taza de vino, que el navegante portugués era hombre algo seco, severo y fuerte.
– Para navegar en un barco portugués, tenías que tener la carne del cuerpo como la de un santo de madera. Yo comencé de grumete y me daban al día media medida de agua mezclada con vino tinto. Cuando firmé contrato con el gran Magallanes lo hice bajo la condición de que el vino no sería aguado. Eso fue en 1519. Ibamos en cinco navíos con comida para dos años…y los que quedamos con vida estábamos tan flacos que tenían que mirarnos dos veces para vernos.
Cozinha vivió siempre alrededor del fogón de los barcos y me dice, aún con miedo en los ojos, que unas veces el peligro era que la ola del mar apagara el fuego y otras que el fuego se fuera sobre cubierta y quemara el barco.
– Cuando los portugueses llegábamos a nuestra casa pedíamos que la madre nos hiciera un guiso de pescado con hojas de laurel. Y la madre nos decía: “¿Es qué no puedes comer sin balancearte?”
Cozinha dice que los portugueses fueron los mejores navegantes del mundo. Los únicos que no tenían miedo a que la tierra fuera cuadrada.
Cozinha se murió hace siglos, pero tuvo la gentileza de volver a la vida para beber vino verde conmigo.
Lo paladea, lo goza, lo suspira y dice:
– Si Magallanes hubiera conocido este vino, no sale de casa.
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Paco Ignacio Taibo I
In Memoriam
Este artículo fue publicado originalmente en 1992, no. 38, Maria Orsini.