Una chica tradicional
Los jóvenes amantes esperaron a que la ciudad durmiese para salir a su encuentro. Él se puso sus vaqueros rasgados a la última moda, su camiseta preferida y las mejores zapas que tenía. Ella se acicaló como su madre le había enseñado, que a su vez, su madre había aprendido de la suya. Era una familia donde primaban las tradiciones. Para esta ocasión eligió un vestido rojo que la hacía sentirse la mujer más deseada.
—¿De verdad es tu primera vez?
—Sí. Tuve muchas dudas, pero ahora estoy segura que es lo que debo hacer. Así lo hicieron mi madre, mi abuela… — musitó la joven.
El chico fascinado no podía esperar más y se aproximó a llenarle el cuerpo de besos y caricias. Cuando su organismo a base de dolor se fue transformando en un gran amasijo de madera antigua. Los gritos eran estremecedores pero allí nadie le podía oír. La chica se vestía tranquilamente sin mostrar el más mínimo interés. Al terminar volvió la vista para contemplar las figuras de su padre, su abuelo y ahora su amante. Así había cumplido lo que su madre le había enseñado, y a su vez, su madre había aprendido de la suya.
El secreto del ingrediente
Cada Halloween se reunían las vecinas de un pequeño pueblo costero. Nada podía ser más inocente. Se disfrazaban de zombis con ropa vieja y un poco de maquillaje; otras más originales, se hacían vestidos de brujas con cortinas pasadas de tantos lavados. Por supuesto, llevaban sus mejores tartas de calabaza. Todas con un ingrediente secreto que en un divertido juego trataban de acertar. Mary se acercó a Adeline y lo propuso:
—Si os parece empiezo yo con, mi adorada, vecina.
—Calabaza, nata, azúcar, huevos, clavo, jengibre, nuez moscada… Hay algo que no consigo averiguar. Tiene un sabor amargo. — De repente le empezó a doler la cabeza. Miró a su alrededor y comprobó que era el centro de todas las miradas. Empezó a sentirse incómoda por la situación. Mary le sonreía de forma bonachona, ofreciéndole otro trozo de su tarta. Esto hizo que sintiera una arcada. Cada vez se sentía más molesta. Le faltaba el aire al respirar hasta que cayó muerta al suelo.
—Cianuro, cariño, espero que te haya gustado tanto como la noche que pasaste con mi esposo. — Sonrió de manera humilde y sencilla como haría el ama de casa modélica, tirando la tarta a un cubo de basura.
Fumar mata
Como cada noche salía de trabajar de madrugada. Esa situación se le hacía cada vez más angustiosa, ya que en los últimos meses habían asesinado en plena calle a varias personas. Tan solo le quedaba atravesar un viejo callejón que en otro tiempo fue la zona comercial de su pequeño pueblo. Caminaba despacio, como si le pesaran los pies, víctima del miedo. El corazón le latía cada vez más fuerte. La boca la tenía tan seca que le costaba tragar su propia saliva. Fue entonces cuando de la nada apareció la figura de un hombre. Actuó de forma frenética. Sacó un cúter y sesgo la yugular del extraño. Al caer al suelo le escupió, mientras notaba como todo su cuerpo se relajaba. Se sentía orgullosa de volver a casa una noche más sana y salva.
Debajo de una farola se podía ver el cadáver aún caliente de un anciano. Otro tiempo fue dueño de una zapatería caída en ruina por la crisis y se negó a abandonar su negocio. En una mano llevaba una cajetilla de tabaco, en su opuesta abierta en el suelo caía un cigarrillo. Sin duda, alguien debería de haberle avisado de lo peligroso que es fumar.