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Aquella pluma

A veces uno no sabe qué contar a los cofrades sobre una Semana Santa de la que ya se han aireado hasta sus detalles más íntimos. En estos tiempos que corren se me antoja una pretensión insolente, como falsificar una pintura miles de veces admirada en el museo.

Nuestra cofradía es uno de esos lienzos añejos. Los hermanos representamos en la calle una proyección indivisible, en la que no se distinguen escenas separadas ni compartimentos estancos. La acción de los dos primeros pasos transcurre en Getsemaní. Es el mismo huerto con su mismo pasto y su mismo cielo, acaso con las mismas vides en su linde. Sabemos que el sayón del Prendimiento se ocultaba aviesamente tras la maleza en la Oración, esperando su señal. Quizá la soga que sostiene sea la misma que entrelaza las divinas manos del Amarrao. El rostro que recibe el beso del traidor pertenece al mismo hombre flagelado que se asoma por la trasera de San Juan. La Cruz donde reposa el Santo Cristo es la misma que remata a nuestra Dolorosa, y es también nuestra Titular. La procesión es un todo. Sin solución de continuidad, los actores secundarios de la Pasión se alzan protagonistas y coronan esta magna obra de mil colores, a veces rebujándose en un bullicio difícil de comprender para quien no ha vivido esto realmente en sus entrañas. Y nos acordamos entonces de las grietas de una peña, de aquella danza del olivo, la sobriedad de un capitel, el brillo frío del puñal o el farol destartalado del romano. Por algún zaguán de la calle Ancha aletean las memorias de la antigua procesión de la Sangre, la bandera de los disciplinantes y el redoble rotundo de los tambores.

Tambores?

No sé a ustedes, pero a mí la Vera Cruz me suena más a pellejo que al viento de las cornetas. Contemplando al Señor Orante, me viene a la cabeza aquella pluma del ala diestra del ángel ansiosa por acariciar los muros del portón de San Mateo. O ese cáliz luminoso entregado sin destino. Mientras amaso estas líneas escucho el tintineo de cuatro grilletes escarbando en el mármol de la columna. Y cuando yerro me acuerdo del peso de la Zapatona, Madre que va recogiendo uno a uno los pecados perdonados por su Hijo unos metros más alante. ¿Cómo no va a pesar la Zapatona? Yo he visto a la gente confesarse alrededor de este paso. Así entonan sus horquillas la canción pura de Cáceres; los poros de su madera sudan y expelen cada uno de nuestros males absueltos para la eternidad. Uno en verdad siente envidia de no poder perderse por un instante, ser parte de la muchedumbre y saborear despaciosamente tal cortejo de punta a punta, desde la Cruz de la Toalla hasta el tacón del último músico. Esta cofradía de postín nos revela la virtud de transmitir desde la sencillez, y posee una impronta que jamás debiera perderse. La procesión de la Vera Cruz es evangelio itinerante, enjundia de Jueves Santo y gran solera cacereña.

Me pregunto, en fin… ¿cómo conmover a alguien hablándole de lo que ya conoce al dedillo?

Cuaresma de 2014, publicado en el boletín de la Ilustre y Real Cofradía de la Santa y Vera Cruz.

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