Yo amo el lenguaje, cada palabra tiene muchos matices, significados tamizados en un arcoíris; hay rincones en ellas que sólo unos pocos elegidos han sabido explorar sin ser devorados por la jungla, ahí están los secretos del mundo, los enigmas del aventurero. La sensación terrorífica que inicialmente me produce esa jungla se convierte en una paradoja en mi corazón, pero los estímulos son más fuertes que el miedo, porque quiero ver la belleza creadora en el papel en blanco y hallar esa prodigiosa aleación de palabras. Hay un mundo invisible para los ojos de la realidad, sólo se muestra ante quien sepa atravesar las fronteras de Fantasía, los confines de lo onírico, es un territorio donde son liberados los extraños poderes de la mente, sólo hay que saber encontrar el interruptor adecuado del lenguaje, que funciona con la precisión de un mecanismo de relojería; pero cuando encuentras la aleación perfecta la belleza de las palabras se muestra ante ti como una grácil ondina del bosque que extiende sus finos brazos al frío invernal, es una visión bucólica. Y como una extraña criatura con el alma aterida de frío a veces camino sagazmente por el abismo de mi memoria buscando un retazo, un recuerdo fortuito al que poner nombre, al que describir; no es fácil, la dorada luz del sol no llega hasta los lugares recónditos de mi mente, los espacios de lo profundo donde hay más de la sombra que de la luz en mí. Allí me siento como una esfinge incomprendida, pero solemne y sincera, sin prejuicios. Es un estado en el que no está implicado el sufrimiento pero sí la incertidumbre, pues no sabes lo que va a pasar, no sabes si las palabras adecuadas aparecerán para explicar las cosas sin nombre, el instante de perfección.
Quizá cuando consigues hacerte uno con la escritura, con tu escritura, comienza la inmanencia; empieza la alteridad del Otro, ese otro yo que siente placer al contemplar simples objetos de lo cotidiano. Los objetos familiares cambian su apariencia ante esa Otra mirada, todo parece hacerse azulado, todo parece tener un extraño sonido como la percusión que produce la lluvia golpeando la ventana. La alteridad es un asunto propio en la escritura que yo siento como más cercana, porque surge de la mente inconsciente, donde está ese Otro yo oculto, esa otra persona que no creo ser pero que se afirma temeraria en la fantasía y se adentra sin miedo en lo desconocido. El lenguaje y el silencio que me rodean mientras escribo forman un sonido dentro de mi cabeza, una melodía de persistente rareza que se repite como un cuadrado dentro de otro cuadrado creando una forma perfecta. Ahí está el mundo de la imaginación, de los sueños, donde en ocasiones todo puede convertirse en un cuento de hadas y donde encuentro mis voluntades y poderes reales. Ya no hay paradojas, es el corazón plateado y exacto el que habla puramente en silencio, el que me transmite ese poder omnisciente que controla todo lo creativo, hace y deshace a su antojo, ya no hay puertas, no hay límites, surge un sentimiento eterno, un infinito hipotético y cósmico.
Por Reyes Lucena, elogiodeltexto.com
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