Cosas que no sabías de las cataratas del Niágara

Las famosas cataratas del Niágara son un conjunto de saltos de agua situado a lo largo del paso del río Niágara entre Estados Unidos y Canadá. Sus sorprendentes cascadas han hecho de este lugar un sitio turístico imprescindible para todo amante de la naturaleza y es que, sin duda, es uno de los mayores espectáculos visuales que podemos encontrar en el planeta.

Su sonido es ensordecedor, y es que la altura con la que se precipita al vacío los elementos es de 52 metros, aunque su mayor característica es su inmensa amplitud. De hecho, su etimología proviene de la lengua iroquesa, hablada en el norte del continente, cuyo significado es 'trueno de agua'. Las cuales aportan una enorme cantidad de energía, utilizadas por las ciudades de alrededor.

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Las cascadas más notables se dividen en tres grandes agrupaciones. La primeras de ellas son las llamadas 'cataratas canadienses', perteneciente a este país, la cual es gestionada por la ciudad de Ontario. Las segundas son apodadas 'cataratas americanas', en territorio estadounidense, concretamente, corresponde al estado de Nueva York. Por último encontramos las 'cataratas de velo de novia', la menor de todas ellas.

Este enorme desplazamiento de líquido es debido a las vertientes de Los Grandes Lagos, cinco embalses naturales que son considerados 'mares cerrados' debido a su descomunal tamaño. Su superficie total abarca más de 245.000 kilómetros, una extensión similar a la de Reino Unido o Uganda.

Desde luego, es uno de los grandes reclamos turísticos de todos los tiempos, ya que con las primeras dataciones, la necesidad de asombrarse con su majestuosidad fue incrementando. Ya en el siglo XIX, la demanda era tal, que se comenzó a instalar infraestructuras, especialmente puentes para peatones.

La pasarela más sobrecogedora es el 'Puente arco iris', el más próximo a las cataratas. En un principio, la gran mayoría de estas construcciones fueron creadas en madera y piedras, sin embargo, debido al peligro que ocasionaban fueron modificados por obras de ingeniera de mayor embergadura a finales del siglo XIX.

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Un dato más que destacable es el hecho, de que durante los inviernos más fríos, como el sucedido en 1902, los saltos de agua se congelaban, pudiendo atravesarlos a pie de extremo a extremo. Otro de los años en los que pudieron disfrutar de esta insólita imagen fue en 1848, tras una caída brusca de las temperaturas a -35°C.

Sin embargo, tras el desprendimiento de un bloque hielo sobre el que estaban situadas tres personas se decidió prohibir esta actividad. No obstante, desde las orillas, en los meses siguientes al invierno, cuando se produce la descongelación se puede observar un gran espectáculo natural al ver caer desde más de 50 metros las enormes masas de agua solidificadas.

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