El acomodador

El siguiente relato (recortado) forma parte de mi primer libro Obras de arte y otros relatos y puedes leerlo mientras escuchas la misma canción que yo escuché mientras lo escribía.

Que lo disfrutes.



(…)

El anciano sonrió tranquilo, reconfortado con mis palabras. Me dijo que se llamaba Juan, yo le dije que era Marta. “Anda, como mi nieta”, dijo. Empezó de quitarse sus propias capas. Boina fuera, abrigo fuera, bufanda fuera. Despojado de tanta prenda parecía más frágil y vulnerable. Sus manos eran finas, tan finas que parecían romperse al mínimo golpe. Su cuello, lleno de surcos y arrugas, mostraba las cicatrices de quien sabe lo difícil que puede resultarle a uno respirar. Y su mirada. Su mirada era un mar.

—¿Cómo es que estás sola? Una chica como tú no debería estar sola en un sitio tan bonito como este.

—Bueno, no crea. Algunas veces me gusta pasar tiempo sola. Me viene bien para pensar, para estudiar, para escribir…

—¿Para escribir? Yo también escribía de joven. Bueno, escribir escribir… tampoco. Escribía cartas a mi mujer. No sé por dónde estarán ahora…

—¿No las conserva?

—Pues no lo sé hija. Digamos que cuando llegas a cierta edad la cabeza te juega malas pasadas. No sé ni lo que comí ayer, como para acordarme de dónde puse esas cartas cuando Pilar murió…

—Cuánto lo siento.

—No te preocupes, es algo normal. Todos morimos. Lo que cuenta es haber vivido. Hay gente que muere sin haber vivido… eso sí que es triste. Pero si has disfrutado, si has amado, si has bailado hasta desgastar las suelas, morir será sólo un triste papeleo y no un drama.

—Bueno, visto así… tal vez tenga razón.

Juan pidió una ensaimada. “Qué calor hace aquí, ¿no?”, masculló con cuidado para que la camarera no lo tomara a crítica. Era un hombre muy mirado, como mi abuela. Una vez con el estómago más lleno, me contó algo más de su vida. Había sido acomodador de cine, portero de colegio y vendedor de seguros.

—¿Y qué es lo que más le ha gustado ser?

—Pues estuvo bien ser portero, ver esa ilusión en los ojos de tantos niños. Pero eso no tiene mucho mérito, ¿sabes? Por lo general, un niño si nace en un buen entorno, es casi cien por cien seguro que sea feliz. Tienen esa clase de magia y esa ilusión en la mirada que viene de serie. Me hacía feliz verlos día a día. Me sentía en paz con el universo. Pero es lo mismo que se puede ver en un parque, en una feria, en una fiesta. En cambio, ser acomodador de cine fue genial.

Le cambió la cara. Su sonrisa iluminó toda la cafetería.

—La gente va al cine porque necesita evadirse, escapar un poco de la realidad, volver a soñar. Tú ves esas caras expectantes, locas por sentir de nuevo, locas por introducirse en un mundo que les haga olvidar el suyo propio. Tienen alegría en la mirada. Lograr eso en un adulto es mil veces más complicado que en un crío. El aire de los adultos ya está demasiado viciado. Las facturas, la familia, el jefe, la bronca con la mujer… tiene mucho más mérito lograr que un adulto sea feliz. El cine lo consigue y yo era partícipe de todo ello… de lágrimas, de risas, de primeros besos, de primeras manos que se cogen…

—Nunca lo había visto así. Suena bonito.

—Lo es. La gente necesita sentirse acompañada por el reflejo de sus más profundos deseos. Por un protagonista que lucha contra el mal o por una heroína que busca la justicia. Todos necesitamos a alguien, real o irreal, que se siente frente a nosotros y nos muestre el camino que podemos seguir, todo lo que podemos llegar a conseguir. El cine era eso para mí. Y de joven lo necesitaba tanto como las personas a las que acomodaba. Ahora ya no… ahora me conformaría con que alguien, simplemente, andase conmigo. Ya no necesito que me muestren nada, el camino lo tengo más que andado.

Intuí tanta tristeza en sus palabras, que solo tuve ganas de abrazarlo. Pero contuve las ganas y pregunté, sin querer abrir demasiado la herida. Sin saber cómo hacerlo.

—¿Vive solo, Juan?

—Digamos que nadie está conmigo en el sprint final…

Una triste risa, completamente vacía de esperanza, resonó cerca de mis tímpanos. Y quise decirle algo, pero se me adelantó.

—Marta, sé que no soy quién para aconsejarte nada, ni quién para juzgar que tomes cafés sola. Estar sola está bien… pero trata de compartir tus minutos con la gente que quieres siempre que puedas. Intenta no pasar mucho tiempo sola, aunque sea por elección propia, porque llegará un día en que no querrás estarlo y no te quedará otra… y te dará por sentarte en mesas ajenas, con jovencitos que no tendrán porqué escuchar tus tonterías, como estoy haciendo yo ahora contigo.

Juan me guiñó un ojo. Yo reí tímidamente. Pensé en sus palabras. La verdad es que muchas veces me encerraba en mi mundo. Pasaba tiempo en soledad, la mayoría de veces porque quería, pero sí que es cierto que me fastidiaba un poco ese carácter solitario.

Quizá él tenía razón…

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M.

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