El caso es que aún recuerdo un reportaje que leí que trataba sobre las líneas de la mano. Te enseñaba cómo leerlas y lo que significaba cada una. Creo recordar que incluso daban de regalo un libro dedicado íntegramente al tema. Y yo, que estaba ansiosa por saber qué sería de mayor, si me casaría y si tendría hijos, me las leía y releía una y otra vez buscando respuestas. Llevaba siempre un “y qué pasará?” que pesaba más que mil libros sobre mi espalda. Qué cansina era. Siempre con preguntas y con mil pensamientos cruzando a mil por hora. Qué estrés de niña.
Hoy por hoy ya no queda mucho de eso. Ya no creo en lo que leo en las revistas,
Los amores, dicen ser. Los amores de tu vida.
Veréis. Hoy he soñado con una de mis líneas de la base del meñique, con la más marcada, con la que yo creía que sería la más marcada, mejor dicho.
Él. En el sueño parecía feliz. Estaba más guapo de lo que lo recordaba. Y más sonriente. Estaba más alto y tenía más pelo (“Sí que has ganado con el tiempo, no?”). Ha sido uno de esos sueños en los que, hasta bien entrado el sueño, no sabes que es un sueño. Recuerdo que he pensado “¿Otra vez tú por aquí? Venga va, no fastidies.” Pero al mismo tiempo…el mismo escalofrío inexplicable y ensordecedor. El escalofrío quita palabras y quita miedos. El escalofrío de cuando el amor. Pero quita, quita. Que ya tuve bastante.
Tuve bastante de todo. De bueno, de malo, de regular. Tuve bastante amor, pero no el suficiente. Tuve bastantes alegrías, pero no como para llenar muchas páginas. Tuve lágrimas de sobra y sonrisas de menos. Pero también tuve bonitos recuerdos, vaya que sí, cómo podría negarlo, cómo podría darles la espalda. Sí, la verdad es que sí. Tuve bastantes buenos momentos, además de verdad.
Lo cierto es que hubo bastante de todo. Sentimos bastante más de lo normal. Peleamos bastante más de lo normal. Y le quise bastante más de lo normal.
Le quise bastante más de lo que dicen mis manos. Bastante más de lo que muestran las líneas de la base del meñique. Total, ellas ni hablan, ni sienten, ni padecen. Ellas están. Y ya está. Yo fui la que tuvo bastantes horas para pensar, la que luchó por tratar de retener en la memoria lo maravilloso que queda cuando ya no queda amor. Yo fui la que tuvo que hacer equilibrismos para no caer por cada abismo que generaban sus latidos. Nadie me avisó. Nadie, ninguna de esas líneas me advirtió.
Cuando me he despertado, la verdad es que me he sentido aliviada. Aliviada de que fuera sólo un sueño. Aliviada de que no fuera cierto. Aliviada de seguir con mi café sin sus tostadas. Porque hay que ver lo bien que se está sin sus tostadas. Hay que ver lo bien que se está sin tener sonrisas de menos.
Pero aún así. Aún así un escalofrío.
Aún así.
De pequeña, solía fabricar una lista mental con los tiempos y las personas, con todos aquellos que darían sentido a esas marcas, a esas líneas. Con los amores que ocuparían los años y con aquel que ocuparía el resto de mis días. Lo tenía todo pensado. Pero claro, por aquel entonces no sabía de qué iba “esto de enamorarse”, y que el amor no entiende de plazos ni de listas.
De pequeña, cuando leía esas revistas y aprendía a leer el futuro (o a creer que lo leía), jamás imaginé que alguien pudiera generar tantos “aún así”. Tantos bastantes. Tantos “en fin”. Jamás pensé que el “para siempre” caducaba. Como los yogures. Qué poco me gustaban, por cierto, sobre todo los de fresa. Y qué poco me gustaban los finales. Por eso nunca terminaba los cuentos que escribía. Por eso nunca les ponía título, porque si les ponía título, me obligaba a terminarlos. Así que todos se llamaban “Historia de.”.
Igual tenía que haber seguido en esa línea, y no haberle puesto título a nuestro cuento. Igual así, jamás habría terminado.
O igual también. Igual habría terminado de todos modos.
Y ahora estoy aquí, sentada en el sofá. Tocando con la mano derecha las líneas de la mano izquierda.
Cómo molestan los sueños a veces.
Cómo me gustaría, a veces, seguir viéndote bajo mi meñique.
M.
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