Orwell escribió 1984 en el año 1949, por lo tanto, fue una de las primeras novelas distópicas modernas. Si, si… la fascinación con los mundos futuristas antiutópicos no es algo nuevo.
La novela sigue los pensamientos y las andanzas de Winston Smith, así como su relación con el gobierno totalitario del Partido, y su cara visible, el Hermano Mayor, o Gran Hermano —Según las distintas traducciones.
«Era un día luminoso y frío de abril y los relojes daban las 13»
La historia comienza cuando Winston vuelve a casa luego de un día de trabajo para el Partido en el Ministerio de la Verdad. Es en esta primera parte en la que abre los ojos a la naturaleza corrupta de la sociedad en la que vive.
Queda muy claro desde un primer momento que nunca está solo. Las telepantallas que capturan cada uno de sus movimientos y sonidos son solo una parte. En seguida comprendemos que en Oceanía no se puede confiar en nadie. El control mental y la manipulación de la realidad son solo algunas de las herramientas que utiliza el Partido contra el librepensamiento.
Nuestro protagonista desprecia al Partido y todo lo que este representa, pero, ¿qué otra alternativa hay? No es hasta que llega a sus manos lo que cree que es la prueba de un movimiento revolucionario que comienza a planteárselo.
En el mundo de la individualidad, donde el trabajo en equipo ya no existe, donde los objetivos en común son una idea desconocida Winston encuentra gente que piensa como él —o se entera de que existe esa gente—. Y ante la imposibilidad de algo más, es toda la esperanza que necesita para abandonarse a su propia imaginación, y a sus instintos humanos.
Esta novela es un retrato muy poderoso: El retrato de una sociedad sin derechos civiles, sin ley que la ampare y sin un gobierno que dependa de ella para mantenerse en el poder. Pensar puede llegar a ser un crimen aún más grave que hacer. La técnica no solo consiste en crear autómatas estúpidos que hagan y crean todo lo que dice el Partido, sino en cortar todos los posibles problemas y perversiones de raíz. Cortarlos antes de que salgan a la superficie. —Hablamos de problemas para el Partido, claro está, ya que en el universo Orwelliano, matar a alguien no es grave, pero tener una idea mínimamente subversiva sí.
Escuché muchas opiniones sobre 1984. Muchos la alaban por ser una especie de advertencia de lo que puede lograr un régimen totalitario en una sociedad como la nuestra —como si la Historia no fuera advertencia suficiente—. Pero creo que su carácter posiblemente premonitorio no es lo más atractivo.
Lo que más me marcó, lo que más me atrajo de este libro es que demuestra de forma indiscutible —si no un poco extremista— cómo el lenguaje puede condicionar nuestro pensamiento —o carencia de.
Orwell presenta un nuevo lenguaje. La nuevalengua —o neolengua— es un pilar del régimen del Partido. Uno de sus objetivos es eliminar otras formas de pensamiento.
La gente no puede pensar en conceptos como el amor o la libertad, ya que la nuevalengua elimina los significados indeseables, y los conceptos indeseables se vuelven desconocidos.
Este es el tema que resalta por su vigencia, y porque es algo de lo que no hablamos lo suficiente. Cada vez que discutimos si hay que sacar o no una expresión racista del diccionario, cada vez que reclamamos que palabras como puta, maricón o gordo dejen de usarse como insultos, cada vez que buscamos que el lenguaje deje de ser un vehículo para la sumisión y el ridículo, estamos reconociendo el poder del lenguaje sobre nuestro comportamiento y este es un punto de contacto importantísimo entre ficción y realidad que a veces se pasa por alto entre los diversos análisis de la obra.