Pues bien, debemos empezar por el hecho de que el horizonte es muy relativo y la distancia hasta este se encuentra determinado por diferentes variables, como la temperatura o la altura desde la que se observa.
La geometría nos dice que la distancia hasta el horizonte, es decir, el punto más lejano que podemos observar antes de que la curvatura terrestre se interponga, depende de la altura del observador por ejemplo: para una persona que mida 1.80 m y que observe el horizonte a nivel del mar (una playa por ejemplo) este podría estar a poco más de 5 kilómetros de distancia.
Por otro lado si observamos el horizonte desde la cima del Monte Everest (8.848 metros) éste estaría a unos 370 kilómetros de distancia, una gran diferencia.
Si a esto le añadimos el efecto de refracción que curva la luz a medida que atraviesa la atmósfera, el horizonte estaría mucho más lejos. Las bajas temperaturas aumentan los niveles de refracción atmosférica, por lo que en un lugar como por ejemplo la Antártida, seriamos capaces de ver distancias mucho mayores.
Otras variables que pueden alterar nuestra visión del horizonte son la niebla y la dispersión de la luz que obstaculizan la visibilidad, haciendo que el horizonte este aparentemente más cerca. Por supuesto la topografía también juega un papel importante en este aspecto, ya que aunque tuviéramos las mejores condiciones de observación, no sirven de mucho si hay una gran montaña en tu camino, (Aunque el panorama puede ser igual de espectacular).
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