En algún momento, eso de “madurar es para la fruta” ha quedado en el pasado, y ahora te vas pronto a dormir, ves el telediario y haces listas. Haces listas de todo, de la compra, de lo que tienes que meter en la maleta, de los gastos del mes. Listas, listas y más listas. Sí, tienes todos los síntomas, tienes el famoso síndrome de los ventitantos, y la frase de tu madre “ya me entenderás cuando seas mayor” empieza a resonar en tu cabeza y te produce escalofríos.
En la universidad solías ir de empalmada, y ahora los viernes te quedas dormida en el sofá a las once de la noche, con babilla incluida. Sigues saliendo de fiesta, te tomas unas copas y vuelves a casa a las tantas de la mañana. Pero las resacas ya no son lo mismo, y se te quitan las ganas de sufrir así todos los fines de semana, que parece que vuelves de la guerra. No ganas para café y aspirinas, has cambiado los tacones por ir de planos, y ya no te arreglas tanto. Además, los bares cada vez están más llenos de gente joven y no entiendes en qué momento tu bar favorito se convirtió en los pasillos del instituto.
Ya estás en el mercado laboral, y no sólo tienes que hacer equilibrios con tu sueldo sino que ya no vale hacer puente los viernes, ni salir antes de clase, ni tener tres meses de vacaciones en verano (nota: no los aproveché todo lo que pude). Todo tiempo pasado fue mejor, y ves tus fotos de la carrera mientras bebes un té con semillas de chía, un zumo detox y un plato de quinoa, y te das cuenta de que has cambiado. Así que después de una dura semana donde te ha machacado el jefe, la del supermercado, la del banco, y la vecina del tercero, prefieres salir a tomar unas cañas, ir al cine, o jugar al mus con las amigas de tu abuela, porque la vida no te da para más. De hecho, y aunque tu yo de hace diez años no pueda creerlo, vas a museos sin que tu padre te arrastre por los pasillos. Quién te ha visto y quién te ve.
Ahora no sólo cocinas, sino que haces táperes, los tienes de todos los colores y formas. Maldita sea, ¡estás orgullosa de ellos! Los de tu madre son siempre más que bienvenidos, pero cuando no tienes ocasión, te remangas y haces comida para un regimiento. Y no sólo haces pasta, arroz y pizzas, ahora haces de todo. Te has visto en Youtube 300 recetas diferentes de las lentejas de la abuela, y te ha dado por mirar las etiquetas de los productos. No entiendes nada, pero le pones interés.
Y para acabar, tus relaciones también han cambiado. Tienes tus amigos, quizás tu pareja, y con eso te vale. YA ESTÁ. No quieres caerle bien a más gente, tu número de amigos en Facebook se mantiene estable y entre el trabajo, el gimnasio, las clases de inglés, las lavadoras y hacer listas, no tienes tiempo para mucho más.En fin, no sabes qué te ha pasado. Un día te levantas y es fin de año, al día siguiente es verano, tus amigas se casan, otras quieren tener hijos, y tú te has puesto melancólica y te has descargado la serie completa de “Sabrina cosas de Brujas” y has flipado con la voz del gato.
Disfruta del síndrome de los ventitantos, que te sienta muy bien, y recuerda, los 50 años son los nuevos 30.